viernes, 29 de marzo de 2013

Habemus papa


Mejor y más rápido que en el cónclave vaticano, a la primera salida: Habemus papa. Comenzamos la Semana Sana con una buena tajada y es que ya tocaba. Pero he llegado a la conclusión que el secreto de un buen pedal es poder soportar la resaca del día siguiente o no pensar en ella mientras la trabajas cuando rondas los 40, porque a lo mejor acabas echándote atrás.

Y eso que el proceso actual es bastante “light”: vas a tomar unas rondas (4 máximo), luego a cenar con un poco de vino (1 botella para dos), después un par de copas y... estás destrozado. La música es mala y estar de pie más de cinco minutos hace que tus riñones chirríen como las puertas de una mansión encantada. Normalmente, vuelves a casa en taxi y tomas algo antes de acostarte, pero da igual. El clavo matutino es inevitable. 

Ni Ibuprofeno 500, ni Espidifren, ni ostias en vinagre con zumo de tomate y tabasco. El mejor remedio para evitar “el clavo del día después” (aquí si que deberían inventar las farmacéuticas una píldora eficaz) es la edad. Yo con 18, 19 incluso si me apuras con 26 años, me agarraba borracheras Nivel Leyenda, a veces incluso haciendo dobles figuras: kinito a claro con gas, machacados, cubatas, ocho de la mañana, barra de pan y periódico; tanto jueves, viernes y sábado de un mismo finde y volviendo a casa andando que te habías fundido hasta el dinero del creditrans.



Y es que la juventud es lo que tiene, por mucho que digan, que la experiencia es un grado, la inexperiencia o inconsciencia en este caso es otro. Bebíamos como si no hubiera un mañana y al día siguiente te levantabas como un campeón. Desayunabas lo primero que saltara de la nevera (o comías directamente, según la hora) duchita, y a coger sitio para el kinito que para las cuatro ya había cola. Y otra vez a darlo todo. Este país, queramos o no, tiene arraigada la cultura del bebercio en los genes. Además de otras virtudes, como defraudar a Hacienda, copiar en los exámenes o ser de fácil soborno, lo del beber, ¡ay amigo!, es innato y como dice la bilbainada, en eso nos conoce hasta el Papa.

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