miércoles, 7 de agosto de 2013

Me voy p'al pueblo

Llegó el verano y uno de los clásicos es volver al pueblo. El pueblo de tus padres, ese pueblo, ya sabéis. En ese pueblo eres el hijo de..., el pequeño de los..., el que se clavó unas banderillas en la corrida de las peñas (ah no! ese fue Fernando Rioja) o cualquier otro "hijo de" o "nieto de", pero se te conoce. Para bien o para mal, se te conoce. Si vuelves a las ocho de la mañana con una castaña digna de Massiel de empalmada, es mejor que no te conocieran pero, ahí también te conocen: "Mira como iba esta mañana el mayor de los..." Un comentario clásico de misa de doce.

Pero una de las cosas buenas no es solamente la de que te conozcan, y por lo tanto pararte cada tres metros a saludar a gente. Lo bueno es llevar a tu vástago o vástagos y enseñarles, además de los lugares entrañables, los lugares donde hiciste esto o aquello: "Mira cariño, esto es el río. Tu padre se tiraba de cabeza desde el puente grande. Con dos cojones." Bueno, esto último piensas que lo piensa tu hijo/a, pero en el fondo está pensando: "Ya está el viejo con sus batallitas." También le cuentas dónde te hiciste tu primera y última cicatriz o en qué portería imaginaria hiciste tus mejores goles que pasaron desapercibidos para el As o Marca. Asimismo, al saludar a tanta gente, también se dan encuentros embarazosos, donde una chica te planta dos besazos como dos soles cerca del morro y tu parienta mosqueada, con ese tono que significa que esta noche tampoco mojas, dice: "¿Quién era ESA?" Sí, y tu niño/a se te queda mirando como que le interesa... "...esto, bueno, esto de aquí es la chopera, donde...," (mierda), "...conocí...", (mierda), "...veníamos a..." (mierda otra vez). Así que decides volver a la plaza a ver si te encuentras con algún hombre mayor que te recuerde cuántas veces le atropellaste con la bici porque cualquier respuesta que des no va a ser la correcta, se te han acabado los comodines y la opción de la llamada la gastaste tres metros antes.


Y lo verdaderamente bueno llega cuando llegan las fiestas, porque si vuelves al pueblo intentas por todos los medios ir en tiempo de fiestas. Ahí es cuando la gozas de verdad, aunque tengas cuarenta y pico, que no es mi caso, sabes que vas a salir a darlo todo. No importa que luego digas, "menuda mierda de música hay en las peñas" o "qué jovenes son estos que tengo al lado, además no les conozco de nada" ¡coño, ni ellos a ti! Que te crees una leyenda por haberte bebido de trago un brik de vino SF a pelo una vez y que la gente lo tiene que recordar. Pues no, pero es igual, ahí estás tú y tu morón, tus colegas y las parientas, éstas a un lado, cual akelarre, con el morro torcido, criticando las barrigas, las calvas y el rídiculo que estamos haciendo con los pantalones por la rodilla, pero te la pela, hoy es el último día del mundo, los niños están con los abuelos y te faltan horas para volver a casa. No sin antes ir a robar el pan. Un clásico de todos los pueblos, al menos del mío. A la vuelta os cuento, o si no vais a misa de doce que allí seguro que también os enteráis.

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